miércoles, 21 de septiembre de 2011

"Esa canción la cantó mi hijo cuando vino Juan Pablo en el 90"

Juan E. Flores Mateos/Crónica

El cielo clareaba a las siete de la mañana en la Avenida Independencia. Una mañana de martes, donde unas trescientas personas aguadaban la llegada de las reliquias de Juan Pablo II para tocarlas, verlas, sentirlas.
“Me trae la fe” refiere una señora de sesenta años de nombre Eulalia González. Se formaba entre la multitud que esperaba ansiosa en la fila. La avenida Principal, se difuminaba entre vendedores que expendían figuras en estampas entre diez y veinte pesos del Papa fallecido y banderas con su rostro que se agitaban frenéticamente.
Se formaron dos filas. Una sobre la entrada del Zócalo, y la otra sobre Mario Molina. La primera era sólo para observar las reliquias, la segunda, para la misa que se daría a las ocho de la mañana.
Ya eran las siete y media, y la primera en la fila del zócalo, Mayra, trabajadora particular de un consultorio médico. Debía estar a las diez y media en su trabajo, por esa razón se levantó a las cuatro de la mañana para llegar a las cinco y ser la primera en palpar las reliquias.
Vistiendo una blusa amarilla y una sonrisa que denotaba emoción, da sus razones para pararse tan temprano: Lo que me trae aquí es la fe de Nuestro Señor Jesucristo, y la infinita sencillez que tenía Juan Pablo II para predicar el Evangelio.
Mientras algunos esperaban en la Catedral, otros aguadaron en el Malecón; según un vendedor de la ciudad de México de nombre Pablo, desde las cinco de la mañana, ya habían “como cien personas”.
La venta, “más o menos”, así lo dicta Pablo: No nos quejamos.
Personas como María, sintieron angustia. “Por más que puse el despertador a las cinco de la mañana, se me hizo tarde”.
Habitante del Coyol, vistiendo una blusa negra y un pantalón de mezclilla escuchaba atenta una canción que a lo lejos enardecía entre el grupo de gente mientras se acercaba al Malecón, caminaba frente a la Plaza de Artesanías.
La melodía, de Roberto Carlos. “Tú eres mi amigo del alma, realmente mi amigo”.
Para María, ésta canción le trae recuerdos. Y las lágrimas se le escurrían debajo de los ojos con destino hacia los pómulos, le aumentaban la angustia.
“Esa canción la cantó mi hijo cuando vino Juan Pablo en el 90. Mi hijo tenía siete años, era un niño. Hoy, mi hijo tiene más de un año que falleció, el 3 de Mayo de 2010”.
 Fue víctima de una insuficiencia renal. Y eso, no es toda la historia. Su nieto, el hijo de su primogénito acaecido, también murió un dos de octubre. Cinco meses después.
-Hoy pediré por la paz de mi hijo, refiere para luego perderse, como se le perdían las lágrimas en la camisa negra, del recuerdo.
La partida hacia la Catedral
Dos hileras rodean dos camionetas blancas tatuadas con la leyenda Beato Juan Pablo II, el amor está vivo. Un carro Honda Focus SR, de color oscuro y con el rostro del Papa delante de éstas, llevaban a los de logística.
Una tarima atrás del público se levanta con el mensaje religioso: Abrid, Abrid de par en par las puertas a cristo. En letras rojas.
Gritos como: Se ve, se siente, el Papa está presente ambientaban el Malecón. Banderas se agitaban acompañando los sonidos eufóricos. Se vendían también, oraciones del beato a cinco pesos. Dos por cinco, tres por diez.
A las 07:35 emprendió marcha la mini caravana. Escoltados por dos motos policiacas caminaban lentamente. Partían desde la esquina del Paseo del Malecón a la altura del Faro Venustiano Carranza.
Avanzaban entre aplausos y vivas. Una patrulla de tránsito también los respaldaba. A la cabeza, un hombre vestido de blanco movía un objeto de color dorado que expedía incienso. Atrás, tres monaguillos lo secundaban. Dos sostenían un palo largo con una vela. El otro, un palo largo con un Cristo de color plata.
Juan Pablo II, te quiere todo el mundo
A la altura del Café La Parroquia, se pasaron al carril del otro lado del camellón. En sentido contrario. Sólo la fe, rompe esquemas del Estado. Caminaron en ese sentido hasta llegar a Mario Molina, donde alrededor de trescientas personas, los observaban y los recibían con ojos llorosos y palmas agitándose.
La fila, llegaba hasta Zaragoza, a la mitad del Ayuntamiento.
“Se ve, se siente, Juan Pablo está presente”, repetían.
Los vivas que no se gritaron el día de la Independencia por un zócalo semivacío, se compensaban con los vivas de los escoltas ciudadanos de Juan Pablo II.
De treinta personas entrevistadas, ninguna, sabe de Marcial Maciel, ni de sus nexos de pederastía. Ni la relación afectuosa de éste con el ahora beato transportado en la segunda camioneta blanca.
Incluso una señora dijo: Me vale madre quien es ese señor, yo vine a verlo a él, a Juan Pablo, mi fe.
Las calles principales del puerto de Veracruz, eran un lugar donde bolsas del mercado convivían con bolsas Chanel, unidas por un nexo. La fe.
Una familia lanzaba: Gracias a Dios, ya nos acercamos. Otros intentaban tocar la camioneta, para luego persignarse. Carolina Gudiño y su esposo, como la realeza, escoltados por sus guardaespaldas.
¡Viva la paz!
Veinticinco minutos duró el recorrido. A las ocho con un minuto, las camionetas y el carro lujoso, llegó a la puerta de una catedral en obra negra, después de doblar en calle Independencia.
Dos minutos después, abrieron la compuerta trasera de la camioneta. Los aplausos sobrevinieron como los cuerpos que como reacción, se acercaron como si fuese una estampida o una ola de un tsunami.
Un tsunami de cuerpos, ávidos de tocar las reliquias. A las ocho con tres minutos lo bajaron. Muchas personas grababan con sus celulares el momento.
Juan Pablo II, te quiere todo el mundo, Juan Pablo II te quiere todo el mundo
Y mientras una señora, al persignarse después de tocar la camioneta donde Juan Pablo II venía, las reliquias se perdieron en una penumbra de cuerpos, flashazos, y empujones.
Todos querían ver a Juan Pablo II, cueste lo que cueste, para eso se levantaron tan temprano.

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