domingo, 11 de septiembre de 2011

Dos minutos.


Son las tres dieciocho y un suspiro interrumpe la Biblioteca donde te encuentras sentado pero nadie lo escucha. La Universidad aglutina este edificio que es asediado por las mismas gentes a una hora determinada. Después de las siete de la noche, un perdido entre sus deberes, puede llegar y poblarla. La Biblioteca llora después de las siete y sus libros prácticamente se vuelven una mezcla de silencio y soledad.
Otra vez ese suspiro en la tarde. Hay jóvenes acurrucados en bancas grises que intentan concentrarse pero no pueden evitar hablar de lo que harán en unos instantes, pero no me refiero a la inmediatez, sino a lo nocturno. Es Jueves, y hay que beber porque este mundo no da pa más y hay que vivir chupando.
Una botella de agua me acompaña, la cual bebo tranquilamente y empiezo por supuesto, con un vacío que ni todo el líquido acuoso Bonafont podría llenarlo. Es como querer intentar inflar un globo con agua y creer que nunca podrá romperse.
Los silencios me llevan hasta un lugar en la carretera, donde una muchacha reportera viaja con mis suspiros en una Caravana que busca convencer a un país sepultado entre la sangre y la indiferencia. Pero leer comentarios en internet te rompe el alma y te saca las lágrimas hasta imaginar tu cuadra rodeada de fuego y sonido de granadas.
Dos días antes, la imaginabas, pero te adentrabas en el barrio para terminar de sacar la historia de la Lucía y la Chivis, dos muchachas adineradas que gustaban de la coca y la mota. Amanecieron embolsadas en la esquina de un autolavado.
Eran tiempos donde la mafia local, aún controlaba la ciudad. Los medios, la policía, las instituciones locales como Tránsito e incluso las calles aledañas al Palacio Municipal, donde curiosamente a dos cuadras de éste, dos dealers vendían droga descaradamente y apenas, dos días antes de este monólogo, eran asesinados junto con el oficial que los protegía.
Las cosas en Veracruz han recrudecido, y por supuesto, los muertos han superado las expectativas de un puerto que ama el baile y lanzar sonrisas a extraños. Veracruz, un rinconcito donde hacen su nido las olas del mar, parece cantar Agustín Lara mientras encuentro que, éstas muchachas fueron comelonches y se habían culeado al muchacho de dieciséis años que vendía en el punto.
A éste me lo desaparecieron y dicen los que saben, lo quemaron en ácido porque “sestaba pasando de verga”. Vendía droga, pero regalaba a las muchachas que se quería culear y para su infortunio, la técnica regularmente le fallaba. Le decían El Charly, y era oriundo de un barrio en los suburbios que es denominado pobre e incluso es víctima de burlas entre los chamacos del Barrio que habito.
Las historias de éste tipo de muchachos suelen resultar un poco curiosas, porque de acuerdo a mi primo, que habita uno de los Barrios más pesados de la ciudad –Las Brisas- dicen amar su barrio, pero lo rentan a los cárteles de la Droga e incluso, el barrio se prostituye más veces que la prostituta más vieja y más culeada de todos los tiempos.
Entrar como vendedor, halcón, central, es un fenómeno entre los morrillos entre 14 y 17 años que, al ver que la educación Secundaria y Bachillerato no le sofrece fama, poder o respeto, prefieren trabajar en casas dónde Edgar Allan Poe se suicidaría, y ni Bukowski podría respirar porque los huevos se les harían bien pinches pequeños de tanta depravación que suceden en las casas de Seguridad.
Los olores son mefíticos y ahogan como ahogan las pozas a los tlaxcaltecas, poblanos y chilangos en Semana Santa. Es algo así como una comparativa entre la competencia para ver de qué barrio se mueren más, así como para ver de qué estado se mueren más y cómo dice mi primo: Es una lástima, a dónde caemos con todo esto del sentido de pertenencia.
Mi primo no es ningún pinche santo, se embriaga los fines de semana y le encanta meterse mota de vez en cuándo. Pero la ha dejado, no acude a los puntos y si fuma, es porque sus cuates tienen. Le han dicho que cada cigarro que se fuma está lleno de sangre y sesos, y que hace mucha crítica pero que no pone el ejemplo.
Mi primo dice que se vayan a la verga, al final, cuando un grupo como el que habita Veracruz controla todo, hasta el dinero que sale de los bancos y la cerveza que se venden en los establecimientos, también los controlarían. Esto es un problema de indiferencia dice, todos somos culpables, porque siempre fuimos indiferentes.
Que todos somos culpables, unos más que otros, pero todos y es que nadie quiere asumir su responsabilidad y en México pasa así: Hay una Caravana que danza sobre las calles con la intención más noble de reclamar los gritos ahogados de las víctimas pero todos lo critican por “mesianismo” mientras se chingan una coca cola y esperan el partido del América o de la Selección Nacional.
Y es aquí cuando me pongo a pensar, estoy rodeado entre gente que no asume su compromiso, entre gente que lo asumió y está muerta o mutilada, entre personas que lo asumieron cuando les mataron a un familiar. ¿En realidad tiene que ahogarse la niña en el pozo para entenderlo? No estoy de acuerdo.
Como mexicanos siempre hemos sido razistas con nosotros mismos, y nos insultamos para luego chupar juntos los días 15 de Septiembre o 24 cuando es Navidad. Estas fechas desde hace tiempo me dan náuseas porque todo se vuelve hipócrita, gente que nunca te habla y te mira con desdén, te invita a su Fiesta Mexicana para llenarla. No tiene que ser una regla general, ni unaLey como la de Newton, pero más o menos así las cosas, cuando de repente, observo alrededor y la biblioteca se ha vaciado.
No hay nadie, volteas, y tu mente sigue preguntando por la muchacha reportera. ¿Dónde estará, en Iguala, Chilpancingo? Y entonces imaginas su nariz sobre tu pecho, imaginando el universo desfragmentarse entre el verde de sus ojos.
Miras un libro, lo abres, terminas de leer el párrafo que necesitabas para culminarlo. Lo cierras, para leer un poema:
Tengo lo necesario para un libro de tristezas. Tengo lo necesario para llorar y no tengo lágrimas.
Y a lo lejos, observas un libro roto y olvidado encima de una mesa, esperando a ser abierto, como la paz.
Y repentinamente, no sabes por qué, pero te pones a llorar mientras el silente ruido de la biblioteca se apodera de tus tenis. Tus labios quieren recitar poesía pero sólo emerge aire vacío de soledad, al ser las tres veinte de la tarde y recordar que no has comido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario