sábado, 14 de mayo de 2011

¿Qué esperan?


Mordaz.
           Fugaces y tenues bribonas salas de espera. ¿qué esperan? Algún muerto intrépido, pero no lo esperan porque lloran para no esperarlo. Un grito nauseabundo y paupérrimo cuando los grillos hacen furtivamente el amor en el césped y las chicharras fornican en el nombre de Dios.
¿Qué esperan? Un cuerpo mutilado entre ambulancias y sirenas. Antípodas del goce, del placer y el susto fortuito. ¿Qué esperan? Esperan a Dios, creyendo que existe Dios, lo esperan sentado entre el silente ruido de las salas con sus ventanales dando hacia ningún lugar.
Exasperante angustia, golpes de diafragma sumergidos entre la niebla y turbulentas aguas emanadas de los ojos, de algún lugar entre las funámbulas córneas. Olor a mierda, sedimentos y cadáveres. ¿Qué esperan?
Lo inesperable, las gargantas ahogadas, las aguas calcinadas, esperan, siempre esperan un carnaval de coágulos dementes y febriles. Esperan tiempo sin mes predestinado, sin día, sin hora, sin segundo atravesados.
¿Qué esperan?
Esperan ciegamente creyendo que sentados, una segunda oportunidad se les manifieste. Pero esperan llorando porque saben en el fondo que seguirán esperando.

domingo, 8 de mayo de 2011

Sentarse.

Imaginen que un día de pronto observas las olas del mar y sientes nada. Que las aguas se mueven y parecen estúpidas. Son estúpidas. Te sientas y escupes a las tolvaneras sedimentadas y sólidas rugosas arenas para que luego las partículas acuosas toquen frágilmente tus pies y te inunde un deseo etéreo de salir corriendo pero no puedes porque sigues sintiendo nada y de pronto todo desaparece en una espesa niebla.
Imaginas medusas devorándote. Una tras otra. Nunca has visto una pero imaginas desaparecerte en un remolino de dientes pútridos abominables como tentáculos y la angustia enerva como una fuerza que engulle tu garganta hasta convertirla un tubo azolvado.
Salitre y azufre te rondan las papilas gustativas, un ardor te oprime las vías cardiovasculares. Una prisión se levanta entre ruinas atroces suicidadas y un silencio ensordecedor te golpea furtivamente como la absurda e inabordable realidad que se materializa a tu costado.
Estás empapado pero no te has dado cuenta porque todo es absurdo. A lo lejos una silueta iluminada asciende como el alba pero ríes. Te mofas de la nada. De la nada todo se vuelve un chiste. Carcajadas varias atraviesan el horizonte que apenas sutilmente la proa rompe y se calla absolutamente todo.
De repente aparecen animales de tres cabezas, otros cuantos con unas pezuñas gigantescas, y unos pocos con unos maxilares colosalmente aterradores. El barco sigue el curso y los animales libran una estruendosa batalla.
Carne podrida, pedazos de piel calcinada, huesos quebrados, cabezas muertas, colmillos rotos, carne pegada a uñas rumiantes caen perpendicularmente en derredor desde donde contemplas la riña.
Te has reído tanto que te sobrevienen unas incontenibles ganas de orinar. Lo haces, cierras los ojos y nada te viene a la mente. Nada. Un negro se materializa al cerrar tus párpados y bombas incesantes aniquilan rescoldos de aire vacío lanzadas desde las vías urinarias.
Das vueltas en círculo, el cabello se te cae, lo ignoras. Caen tus caireles sobre el mar y este toma un color rojizo. El cabello se filtra entre el agua y nace un fuego que devora la espuma dejando un ponto estático que aterra y maldice en silencio.
Lloras, cierras los ojos, los abres y un espejo frente a ti aparece. No tienes reflejo. No lo entiendes y todo se vuelve como los pasos errantes de un vagabundo apestoso.
Un rictus se apodera de tu cara pero no lo ves; tu piel facial empieza a consumirse como el alquitrán del cigarro.. No hay reflejo porque un ácido ha devorado tus pómulos y te ha dejado sin rostro. No lo sabes tampoco, hasta que corres y te topas de nuevo con el mar. No entiendes nada.
Tu reflejo se disipa, te observas y sigues llorando. No te salen lágrimas porque el ácido ha quemado todo intento de órganos humanos para dejarte como un terreno yermo, oxidado y solitario. No puedes correr porque aunque tus pies quieran moverse, se clavan donde estás pisando.
Tu rostro es un cerro erosionado. Un silencio errático. Un accidente automovilístico. Una tumba vacía. Una cucaracha muerta. Ruido ausente de una mente sin cordura.
Eres polvo y te mezclas con el agua. Pero siendo polvo sigues gritando y llorando. Estás condenado a una vida repleta de tristeza emanada desde el diafragma. Lo sabes. Pero sigues siendo polvo y nada es como antes. Te esparces. Desapareces.
Todo ha sido un sueño, sólo un sueño y sabes que caminas hacia una oscuridad trémula e infausta que buscas alcanzar, pero no la alcanzas porque escuchas que alguien grita tu nombre a tus espaldas. Volteas y dos siluetas emergen y se alejan como bólidos. Las siluetas no se distinguen. Respiras y unas agruras te recorren la garganta. Sabes que es un adiós porque las agruras saben a eso.
Te has dado cuenta que repentinamente te encuentras frente al mar y depositas el tejido adiposo de los glúteos en la arena. El agua te inunda, te percatas que no sientes, la nada se recrea, un déja vu se procrea entre un olor soporífero a orín de borracho. Risas se confunden entre un ruidejo impertérrito a lo lejos de un muelle de madera apostillada.
Se cumplió todo después.

Nunca supiste cuando te sentaste y el mar se detuvo tantas veces que la última ola en el mundo...



                                                                                                                                                murió.