viernes, 17 de agosto de 2012

El día que El Águila no quedó campeón en su nido.


Juan E. Flores Mateos

Un estadio atiborrado de rojos y blancos era el ritual perfecto para que El Águila de Veracruz, el equipo de casa, se coronará campeón de la Zona Sur ante los Tigres de Quintana Roo. Pero esto no sucedió.
En una noche fresca, donde los gritos se entrelazaban con la pequeña brisa que corría en el interior del estadio, El Águila empezó yendo arriba en la Primera entrada de la baja; dos dobletes, uno de José Manuel Orozco y otro de Frank Díaz puso a los rojos con la esperanza de título a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, después de ello, el juego se puso parejo por ambas partes. Una muestra de ello se dio en la tercera entrada; los Tigres de Quintana Roo hicieron un inesperado doble play para privar las esperanzas de anotación de los locales. En la misma entrada, pero de la baja, El Águila le devolvió la faena. La gente enardecía.
Un calambre de un jugador del Quintana Roo en la cuarta se prestó para que desde la tribuna, el castre jarocho se apareciera: ¡Sóbale la nalga, umpire! ¡Sóbale la nalga, que eso es lo que quiere! ¡El umpire es choto! ¡Te aprieta la del burro! ¡Tírenle unos plátanos! Todo un festín del albur y el escarnio.
A partir de la sexta todo cambió de golpe. Con un hombre en tercera, Alexander Romero, Los Tigres esperaban un descuido y anotar. Solo había un out. Un pequeño batazo al centro y un intrépido lanzamiento del receptor a primera descuidó home, Romero anotó barriéndose de palomita a pesar del intento del primera base en evitarlo. La gente abucheó.
En la tribuna, varios se llevaron las manos a la cabeza, otros mentaron madres al umpire. Nadie hacía esa pequeña derrota suya, salvo su frustración.
En la siguiente tanda, Los Tigres la volvieron hacer. Primero Jaime Trejo le conectó un cuadrangular a Héctor Navarro. De allí, otro sencillo de Kevin Flores que avanzó a segunda por un toque de sacrificio, hizo que El Águila cambiara de pitcheo. El zurdo Leobardo Moreno entró en relevo, pero aun así, un doble de Alexander Romero con dos hombres en base puso las cosas 4-1. La desesperación en la tribuna no se hizo esperar.
En la siguiente tanda, en la sexta de la baja cuando bateaban los rojos, varios villamelones se marcharon, dejando huecos en las tribunas. Un señor de lentes sobre la cabeza, camisa Armani blanca y pantalón de mezclilla empezó a platicar de cómo había conseguido los boletos “de chiripa”.
-Loco, los conseguí con un buen revendedor. Son los mismos que los del fútbol, aquí o allá es lo mismo- le decía a otro de camisa roja y bermuda; ambos sostenían una michelada escarchada por la orilla en un vaso ancho de unicel.
El estadio lució llenó, a reventar. Quien no encontró lugar, tuvo que pararse enfrente de cada acceso para no estorbar a los que estaban sentados en las gradas. Incluso, por el área de home, unos señores bromeaban a quienes se les ponían enfrente: ¡Ahí les va la caliente! ¡Ahí les va el aggguaaa! ¡Ahí les va la lluvia ácida! ¡Ahí les va la saborizada! Todos alrededor reían con gran algarabía.
Para conseguir un boleto, gente se formó desde las ocho y media de la mañana. Cuando abrieron las taquillas, veinte minutos pasadas las diez y entre la desesperación de los aficionados, ya habían alrededor de cien personas formadas. Todo desde allí parecía gestar un final feliz, un final feliz que nunca llegó.
Dos hits más en la octava dieron el triunfo parcial a Quintana Roo y le royeron la esperanza a El Águila de coronarse en casa; la serie regresaba al Caribe, aun así El Águila sigue a un juego para coronarse campeón en el sur.
Cuando este par de últimas carreras entraron gracias a un hit de Sergio Contreras, casi medio estadio se vació. Sin embargo, en la tribuna muchos señores nunca dejaron de alentar. Uno de ellos, quien siempre acude y se sienta en el mismo lugar les lanzó aliento ya en la novena de la baja, cuando El Águila tenía dos outs y nimias posibilidades de anotar.
-Águila, mi niño, en las buenas y en las malas contigo, te llevas mi bendición y la de todos los que estamos aquí a Quintana Roo.
Todos aplaudieron enseguida.
Minutos después se materializó el último out; el estadio quedó vacío, ausente, como del olvido a la derrota de ver al Águila campeón que no lo es desde el año 70, un águila que empezó volando pero que después de la sexta entrada terminó cayendo por su propio peso.
La victoria y el último vuelo por el campeonato esperados desde hace 42 años, al parecer, serán en Quintana Roo.
(con información de Xeu).

lunes, 6 de agosto de 2012

El rincón de Carlos.


Juan E. Flores Mateos

Bajo el atardecer de unos ganchos de metal que nadan sobre un horizonte, desde la orilla de un puerto, un carrete para pescar atraviesa la superficie del mar y se pierde entre su frágil oscuridad y el tenue bamboleo del oleaje.
Unas manos de bronce con ligeras líneas rugosas lo sostienen desde el inicio, donde tras el cuerpo –dueño de las manos- envuelto en una playera café claro, se desarrolla un festival juvenil musical organizado por #Yosoy132 Veracruz y una exposición sobre productos hechos en el puerto, a la cual turistas se acercan a escuchar y mirar qué pueden ofrecerles.
La mezcla de sonidos, no rompen la quietud del señor quien pareciera pretender simular la calma del mar. Con sus ojos fijos atisba, con una completa parsimonia, la espera de que un pescado jale el carrete que sus manos cogen por los dedos.
El señor de nombre Carlos, de oficio electricista, parecería invisible, un fantasma, sino fuera por la sonrisa que se le dibuja entre las mejillas, y que lo vuelve tan brilloso como el reflejo del sol de tarde en el mar.
De repente, un jalón a la mano origina que Carlos, agite hacia arriba. Después de llegar al final del carrete, se percata que su anzuelo hecho con carnada de camarón ha atrapado un pescado blancuzco con rayas anchas negras y que sangra a unos centímetros de la boca.
El pescado, ya fuera, se agita y se golpea contra el piso como intentando regresar al mar. El que Carlos le quitara el anzuelo le ha ocasionado, al parecer, un dejo de esperanza.
Como una especie de avalancha, turistas se lanzaron con fuerza sobre el señor electricista al percatarse de la captura. Incluso le tomaron fotografías para llevarse el recuerdo de un sargo revoloteando contra el piso y el de Carlos, que sin inmutarse, ya preparaba el anzuelo con nueva carnada.
Un niño, con acento extraño, se acerca y le pregunta a Carlos si el pescado es un sargo. Carlos, sin mirarlo, sin perder la mirada sobre el mar, asiente de una manera seca, sin emoción.
¡Pobrecito!, exclamó una turista, mientras el sargo se ha cansado de golpearse. ¡Mira mami, ahí tiene la sangre, ahí la tiene!, exclama un niño como de 6 años, con el rostro pasmado, pues se ha encontrado con la muerte, de pronto, en sus vacaciones.
En el mismo borde donde Carlos se ha sentado para pescar encima de una pequeña toalla, justo a la altura de su gorra gris, a unos metros, unos turistas disfrutan unos emparedados y unos refrescos de cola. A veces señalaban el horizonte y el barco encallado en el muelle, sin dejar de sonreír.
A veces, la vida sucede así como en esa escena turística. Alguien muere y su muerte se vuelve un espectáculo mientras que al lado, otros ríen. Unos se sorprenden por la muerte, otros con el temple firme, les pareciera tan normal como identificar piedras en el pavimento de una banqueta.
Carlos explica que viene de la colonia Nueva Era, al sur de la ciudad, por la avenida de Díaz Mirón, una de las más concurridas de la ciudad por los autobuses, y que antiguamente, formaba parte del Camino Real que llevaba a la ciudad de México.
Al Malecón viene regularmente a pescar en su bicicleta, que se dibuja recostada a un lado de su cuerpo pequeño.
“No vengo por la ambición de pescar, es que es un pasatiempo y me gusta”. Y así, a simple vista se manifiesta lo que dice. Puede estar una, dos, tres, cuatro horas en el borde, con el carrete sobre sus manos, pues el regocijo que siente le basta para ello. El día que aprendió hacerlo, se le escapó ya de los recuerdos.
“¿Quién puede hacerse una pregunta como esa de cuántas horas puedo estar aquí? Son complicadas, eso es en lo que menos piensas cuando vienes.”
Cuando los turistas se acercan, Carlos no reacciona, pareciera estar acostumbrado ya a que se le acerquen a cuestionarle cosas.
-Cuando son pescados pequeños, los regreso, no aguantan, pero mira como éste que acabo de sacar ya aguanta, así que me lo llevaré para comer- dice Carlos sin parpadear, sin perder la mirada sobre el ligero bamboleo del agua.
De pronto, ya la oscuridad ha caído de golpe sobre el mar, y el reflejo añil del atardecer sobre el agua se ha cambiado por uno más amarillento, el de las luces del puerto que se miran a lo lejos, por donde los ganchos aun observan cómo Carlos no pierde el temple ni se desespera, a pesar que lleva dos intentos fallidos desde el último y único sargo que sacó hasta ahora.
Confiesa que puede ser muy aburrido estar allí por horas, pero nada puede detener esa alegría que siente cuando le brillan los ojos al sentir la fuerza y el impulso del carrete que sostiene con las manos, cuando un pescado ha picado, en ese rincón donde las olas hacen su nido tan suyo, y al parecer, de nadie más.
Fotografía: Ivan Sah

lunes, 26 de marzo de 2012

Poema feo.

[Ahora en poema]

El algo es una cosa, la cosa es un algo.

 Una vez puesto en (des)consideración la ambigüedad
se dicta el auto de formal prisión a ese fantasma
inasible que se disipa sobre mí.

Amenazó con irse más de una vez/y nunca se terminó yendo
pasando lo de toda indecisión.
[Se fue quien menos se pensaba]

No la persona/ahora entiendo
El algo o la cosa es el amor.

Se esfuma

Hay un algo dentro de mí que se esfuma. No puedo asirlo ni mirarlo ni concebirlo, me limito a sentirlo. Se me resbala de los dedos, las lágrimas me explotan desde la frontera del párpado. Hay trompetas que suenan en mis oídos y no llegan hasta mi hipotálamo, pues la música suena triste y me llevan a un lugar sólido, gris recreador de tiempos friolentos. Se me esfuma de la vista, de las yemas, del sentir.
Hoy fue un día extraño, no siento nada. Ni siquiera conmesura, pasión, justicia, amor, parezco un zómbi.

Parezco un ente desinflado, sin diafragma, sin sintaxis.

[perdón a todos].

Caí en el desencanto.

lunes, 19 de marzo de 2012

Basuras

Después de tanto meditar y dejarme arrastrar por el niño mimado y caprichoso que fui, ahora me decido a emprender un nuevo vuelo. Ya tengo trabajo y me divierto, tuve varias experiencias amorosas de las que aprendí mucho. Pero ahora me encuentro situado enmedio de una maraña de expectativas, faltan los hechos concretos. Ya hice autocrítica, descubrí que el 90 por ciento de lo que he escupido es basura, son palabras que no sirven más que para carcajearse. También he ido desprendiéndome del ser basura y egocéntrico que fui, si quiero volar libre, tengo que dejas esas cosas atrás.

Hay miedo, es cierto, mucho miedo a que muchas cosas cambien de ahora en adelante. Pero es un riesgo que me siento capaz de tomar, de afrontar consecuencias.

Mientras iba caminando por las calles del centro, el aire revoloteaba los insumos del adoquín. Un gato pasaba, fantasmas caminaban sobre el Parque Naval. A lo lejos el ruido se disipaba por una gran nube de vacío, de silencio.

[Y ahora pienso que tengo un desorden en la cabeza y siento nostalgia pero ya pasará, todo pasa]

He recibido muchos desencantos, las ilusiones se han ido para siempre. En el fondo quedan cenizas, pero me doy cuenta que cada día dejo de ser un niño, que cada día dejo de hablar de los demás, que cada vez quiero aportarle al mundo más cosas.

Trascender, y no sé qué madre estoy diciendo, sólo quiero escribir hasta desaparecer, que todo me encierre en jaulas donde se almacena la esperanza. Sintaxis, sintaxis, vas mejorando pero te falta.

Debo dejar de escribirlo y empezar.

Chau  a todos, lo siento mucho, gracias por venir.

[La basura gira y se expande].

jueves, 26 de enero de 2012

Decadencia


La cebada penetra en mi lengua y me hace danzar el hipotálamo. Los grillos suenan y el escape de algún automóvil me llama al suicidio. Los edificios se queman, las voces se ahogan.

Las olas del mar me dijeron que el mundo hoy era triste, sin cabida, sin un caos posible que todo lo redimiera. Hoy, uno puede ver las olas con un fulgor resplandeciente y fundirse entre su bamboleo de luna menguante. Era de mañana y yo manejaba entre la arena que se volvía una tolvanera.

¡Qué bonita es esa arena que se levanta del suelo! –me dijo Marcelo-.

Marcelo es sólo un aliciente de mi imaginación, un hombre que perdió a su esposa y sus hijas y me acompañaba en la galopeada nocturna, aunque era de día y las olas parecían decir que era tarde.

¡Qué curiosas son las olas, voy a meterme!

Y cuando todo se hizo silencio, me encontraba acostado sobre una repisa, con el cabello mojado. La caguama se había regado sobre mi cabello y sólo me reí para disimular mi decadencia perpetua.

miércoles, 18 de enero de 2012

Rozando la luna.

Me siento muy emocionado. Un parteaguas a mí acto creativo de crear conflictos en donde hay pasividad. Me acompaña la locura, los ojos de horizonte, el capullo existencialista buvariano.
Y aunque todo lo pierda, me pierdo y me pongo final, un final de ausencia suya.


Noséquéestoydiciendoestoybiennosécómodefinirlo. ¿Politiuquería?


Puede ser.