domingo, 30 de enero de 2011

No sé

No sé que esencia hay en los grillos, que cuando callan parece la noche desfallecer en el intento.
No es que la noche este viva, pero huele a pecado, y el pecado es un ser viviente.
Hablamos de pureza, cuando el líbido rige las vidas humanas.
No parece ser al unánime este último argumento, pero la cebada es pecado, todo que vive bebió cebada alguna vez.
La cebada es muchas veces, sinónimo de melancolía, a veces de recuerdo. Y los recuerdos son como el primer trago, igual de amargo.
Recuerdo que me escribiste sobre la banca algo relacionado con la inspiración. Eso dijiste, me inspiras. Dos meses suficientes fueron los necesarios para que eso fuese borrado.
Ese acto protocolario me recuerda cuando la escoba, fulmina las hojas degollándolas sobre el pavimento.
El pavimento no es que huela a traición, sólo a eco de requinto de guitarra.
Las cuerdas, sólo exacerban el olor a ponto nocturno. ¿No escuchas acaso las olas?
Esas pinches olas que nunca visitamos. No, no quiero escuchar los sonidos de la ciudad.
Son mundanos y pestilentes.
Pero la pestilencia es necesaria, así huele la botella de la cerveza una vez bebida.
No culpo al tiempo, culpo a la desidia.
Sólo me lamento que, aquellas palabras de noviembre, quedarán en el olvido, presas del papel.
Qué culpan tienen las palabras, son cárceles en movimiento. Las manos son los custodios, el lenguaje; el pinche demandante.