jueves, 26 de enero de 2012

Decadencia


La cebada penetra en mi lengua y me hace danzar el hipotálamo. Los grillos suenan y el escape de algún automóvil me llama al suicidio. Los edificios se queman, las voces se ahogan.

Las olas del mar me dijeron que el mundo hoy era triste, sin cabida, sin un caos posible que todo lo redimiera. Hoy, uno puede ver las olas con un fulgor resplandeciente y fundirse entre su bamboleo de luna menguante. Era de mañana y yo manejaba entre la arena que se volvía una tolvanera.

¡Qué bonita es esa arena que se levanta del suelo! –me dijo Marcelo-.

Marcelo es sólo un aliciente de mi imaginación, un hombre que perdió a su esposa y sus hijas y me acompañaba en la galopeada nocturna, aunque era de día y las olas parecían decir que era tarde.

¡Qué curiosas son las olas, voy a meterme!

Y cuando todo se hizo silencio, me encontraba acostado sobre una repisa, con el cabello mojado. La caguama se había regado sobre mi cabello y sólo me reí para disimular mi decadencia perpetua.

miércoles, 18 de enero de 2012

Rozando la luna.

Me siento muy emocionado. Un parteaguas a mí acto creativo de crear conflictos en donde hay pasividad. Me acompaña la locura, los ojos de horizonte, el capullo existencialista buvariano.
Y aunque todo lo pierda, me pierdo y me pongo final, un final de ausencia suya.


Noséquéestoydiciendoestoybiennosécómodefinirlo. ¿Politiuquería?


Puede ser.

domingo, 1 de enero de 2012

Caballo.


Éstos perros que ladran mientras observo un caballo devorarse la basura que dejaron los vecinos en Año Nuevo, me recuerdan aquél día que pudo haber sido diferente pero que no lo fue.
Eran las vísperas del Día de Reyes y yo era un mocoso que amaba saberme entre ese mundo maravilloso de fantasía funcional. Si la lluvia que me pega en los lentes sobrevuela mi pelo, es la muestra de algo pero no sé si sea la de la noche, esa en donde todo es silencio nos fomenta las reminiscencias.
No saber, vaya cretino.
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Vicente se amarraba los zapatos. Era temprano. Los ficus le observaban la mugre en el cuello que todo niño debe tener para sentirse feliz. La higiene es para los adultos.
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-¡Abuela! ¿Qué me trajeron los Reyes Magos?
-Búscalos, mijo, escarba en el árbol
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Camino sobre la sala donde alguna vez hubieron regalos a diestra y siniestra. Hoy no hay árbol.
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La noche es más silente que un silencio de jauría de perros. Las bancas del parque están vacías y la calle es un hervidero de luces débiles que exacerban la ausencia del ruido. Miro lo que alguna vez fueron dos árboles Ficus y una lágrima se vuelve huésped de mis ojos por un momento. El caballo ya no está.
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-Señora, ¿está Juan? ¿Puede salir a jugar? ¿Qué le trajeron los Reyes?
-Hola hijo, Juan va a casa de su abuela por sus regalos. Aquí le dejaron videojuegos, ya sabes que eso le mata a él.
-¿En serio no puede jugar un ratito? Mi mamá me va a meter temprano porque la tengo que ayudar.
-No hijo, lo siento. Ya juegan mañana.
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Me seco lo que por un momento fue un hostal de lagrimeo. Me siento en donde alguna vez hubieron dos árboles ficus –ya sé que ya lo dije- y me pongo a recordar que ese día pudo haber sido diferente, otra anécdota que contar para rememorarlo por siempre.
Pero ahora Vicente ya no está. Vive en Cancún con su familia y tiene una hija.