jueves, 21 de abril de 2011

Sonriente, otra vez.

La noche espera. Cinco minutos y no llega. Recuerdo como me precipitaba entre dudas cuando el aire del transporte público me golpeaba la cara. ¿Dönde está su sonrisa? No la veo, y es que hace un mes que no la veía atravesar las penumbras y recordarme que el mundo no es triste. Especial sonrisa que atraviesa corazones ásperos como el mío y visiones pesimistas y no me culpo de eso último, ni al mundo, sino porque sabemos que en un mundo feliz, no podría escribir lo que el planeta nos enseña cuando las áridas movedizas arenas de lo intempestivo nos segregan y nos devuelven la vida en segundos.
Viene, es un rojo que adorna los pasos sobre el pavimento gris. Es ella, mi corazón tiembla, se cimbra como aquella última vez bajo su puerta cuando la vi en pijama y le di un chocolate sonriente. Abrazarle siempre es como la primera vez, tan cálido y sutil como cuando te sumerges en el mar y te besa, y piensas que la mejor forma de morir sería ahogándote como la mejor forma de mirar será a través de sus labios acribillando los tuyos.
Me levanto y la saludo. Preguntas habituales. ¿Qué ha sido de tu vida? Parece ser que las noticias de una cruenta balacera no es lo considerable para una chica que nació sonriendo. No es así, porque las estrellas son testigo que como se desenvuelve un hecho entre palabras y la azotea a cincuenta metros de donde el asfalto se asoma.
Cuentas sobre tu vestido y la Ciudad de los Palacios, y es cuando me pregunto si la ciudad de México tiene cierto misticismo porque todos hemos viajado alguna vez allí y es la prueba fehaciente que el smog nunca opacaría la subyacente vida que se desenvuelve en la metropoli.
No, no usarás un vestido que te cubra el cuello pero quizá los pies aunque no tanto. Y es que cuando hablas, me dices que la vida es buena y aunque no lo crea, viniendo de ti lo creo. Aunque no lo crea siempre, pero te veo y digo, es cierto. O quién sabe.
Y es que controlar aduanas es una tarea dificil, y más después de una hora de zumba, porque el cuerpo se mueve, y el sudor se pega y no importa.
Cuando una mujer te acompaña a la parada del autobús puedes sentirte complacido. Pero, que te escolte Helena, sonriente y desafiando el tránsito de los carros después de las diez de la noche te recuerda que la vida es como la sonrisa de aquella muchacha xalapeña que te acompaña mientras te despides rápidamente y la tristeza te invade otra vez al subir a la hojalatería que te lleva hasta tu casa.
Bajar del autobús y perderse en tu propio barrio mientras piensas en las piedras que cuentas sobre el piso es sinónimo de que hay sonrisas que permanecen, otras que abandonan, y otras como la tuya que se quedan para no irse.
Así el silencio te pegue en los hombros y sean las dos de la mañana.

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