sábado, 23 de abril de 2011

Adiós...¿adiós?

Del tiempo, el final es lo que empieza. Hoy por salud te he dicho adiós. En realidad, sólo era un hasta luego, un hasta pronto, un nos volvemos a ver luego mientras me encuentro y reproduzco sin la necesidad de extrañar el fugaz amor que me tuviste. Eso era hasta que cercioraste lo ineludible. Te escudaste al irte, al marcharte te escudaste en una frase como: Que no te amen como quieres, no quiere decir que no te amen con todo su ser. Pero te dije adiós porque así me azotaste las palabras; no tienes razones como para retratar ese amor que como sinónimo las palabras que te dije.

¡Seguramente hay razón en el amor!

Sonará presuntuoso, tuviste la oportunidad de quedarte en mi vida, que fueras parte medular de mis recuerdos, que tus besos me sobrevinieran en las soledades más atroces para reconfortarme las estalactitas del miocardio, pero no, sentenciaste la muerte, quebraste el tiempo en favor del olvido.

Es una lástima, porque nunca sabrás de esta inefabilidad que me consume, que tu nihilismo y tus prejuicios antecedieron a la pulcritud de mis te quieros, y no, no me arrepiento de haberte escrito, ni te maldigo, ni te deseo que te vaya mal en la vida aunque te confesé que te odiaba algunas veces, a las tres de la mañana, quizá a las cuatro, quizá todo el día o quizá en las lunas de un marzo disipado entre cadáveres.

Pero te quise más veces y sabía que me pasaba como a los cascos del caballo en pleno pavimento, pero no importaba, no importó que te fueras, que me sintiese como colinas de cumbres desgastadas, como abismos calcinados, como aire de responso hacia el vacío.

Me regalas una palabra entre tu frase de despedida: Telenovelero; tomémoslo como anodino. Pues anodinas fueron mis palabras más que muertas entre terabytes de la otra vida cibernética que descansa en algún lugar cercano entre tus dedos.

Y probablemente, y probablemente nunca entendiste del todo mis poemas, creo que nunca descifraste lo enigmático, un poliedro subterráneo que como una víbora ardiente en contra de su presa. Nunca entendiste o nos movimos por dos líneas de acción distinta. Nunca hubo semana en mes y mes en semana y ambas en años. Nunca hubo más que el acábose gritado entre la vida que se esfuma entre la yema de los dedos.

Después de un hierático, te regalo el nunca, porque en el nunca sembraste la tumba de dos cuerpos que se alejan y se mueren sobre una espiral de hombres calcinados con las más feroces llamas, con el más potente ácido de la derrota que subyace cuando el pretérito, desapareció entre la angustia que se expande sobre la vida misma que dicta: Todo muere cuando nace.

2 comentarios:

  1. No es el mejor, pero sí el más golpeado y cortante. Y eso añade mucho color, inclusive calidez a lo escrito...

    "Todo muere cuando nace" :D

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  2. Me gusta tu poema, es triste pero muy real, muy real...

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