jueves, 25 de noviembre de 2010

Repentinamente

De repente, la noche se reencontraba con el polvo de la distancia y el deliquio estelar sucumbió ante el suspiro de no hallarla en el lugar de siempre. El día que se extinguieron los humanos; el mar cantó de felicidad y el cielo se nubló tanto, que surgieron demonios colosales y la envida se volvió agua, y el agua se volvió abismo y el abismo se convirtió en aire mefítico.


Los rescoldos humanos, fueron desapareciendo y en la atmósfera se respiraba el sudor de piel de lagarto y las escamas bañaban en su jugos ríspido y meticuloso las pequeñas olas del mar, radiante, más oblongo que el ruido de la noche fría, y a la vez el efecto caliginoso de las nubes extraviadas en lo más ínfimo de la claridad, terminaron por ceder un cadáver exquisito de ideas condensadas y desembocar en la peor de las noches, con delincuentes atmosféricos y gotas precipitadas y por supuesto, el aire apestoso del gas metano de los últimos humanos chupados por los residuos tóxicos de la nada.


Apestaba a mierda, y el olor recobró en vida unos seres inanimados que exacerbaban lo pútrido y lo despedazado de los otros animales, que eufóricos en sarna iban desapareciendo.


Mutilados y radiantes, las partes humanas fueron consumidas por los últimos rumiantes que fallecieron al comerse la asquerosa y fétida carne humana.


El aire, sólo renovo fantasías y se tornó límpido en las postrimerías del tiempo y los novísimos del hombre.

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