sábado, 25 de septiembre de 2010

Cuento.

El día que al escritor odiado de la esquina del barrio más feroz le iban a robar su libreta y su elegante bolígrafo, se sentó a esperar al ladrón, que lo acechaba desde hace una semana, pero ninguno de los dos se dio cuenta. El viento, entraba desesperado por cualquier cristal indefinido mientras las palomas revoloteaban sus pieles nauseabundas y cagaban todo el piso de un hedor putrefacto que olía a madera mojada, mezclada con lodo y perfume barato de tianguis de segunda.

Las personas pasaban siempre por su casa, que era de una piedra como de volcán, que dejaba atónito al más sabio y al más viejo del barrio. Pero cada vez que observaban al escritor, salían huyendo, quizá de rabia, o de envidia pero nadie sabía la razón exacta, sólo que lo odiaban, tenía un noseque que lo hacía insoportable y de un humor ácido que le endilgaba el corazón sólido, y aveces sórdido.

Paloma, su vecina, odiaba las canciones domingueras que el escritor escuchaba, el único Bethoveen que conocía, era el de una serie de televisión y eso le molestaba, lo raro, lo diferente, pues el barrio es para lo popular, el desmadre y la parafernalia de sentirse mediocres, pero que importaba, era su mediocridad, la linda, e infame mediocridad que los consumía en las fiestas de cada sábado que se alargaban hasta los lunes, cuando el escritor salía muy temprano a trabajar.

Los vecinos siempre lo observaban, lo escrutaban desde el pelo desaliñado hasta la camisa de algodón, el pantalón de lino, el bolígrafo amarillento por los bordes de cobre, pero creían que era de oro, los lentes oscuros y los zapatos pulcros, mientras la música con ritmos despavoridos como de fiesta de pueblo, descollaba siempre por aquel barrio de pavimento mal cortado, rey de desniveles raquíticos y unos cráteres como de la Luna en peligro de extinción.

Todos podían rondar el barrio, menos el escritor, pero el escritor nunca jamás se sentó en su pórtico hasta el día que fue aniquilado y le robaron su libreta y su bolígrafo con bordes de cobre, pero pensaron siempre que fueron de oro.

Jonas, el ladrón, con sus pants a media nalga y a medio tobillo, se paseaba siempre con el fin de querer robarle algo al repudiado joven escritor de 30 años, que era un desconocido para él, pero no para el mundo, pues la televisión era de gobierno y el gobierno siempre quiere embrutecer las mentes con canciones pop, talk shows y novelas de final feliz repletas de un vulgar amor de primavera.

El día que el escritor fue robado, le apabullaron la cara y los ojos color miel que conquistaban mujeres hasta asesinarlo, incluso aquellas mujeres casadas en el arrabal pero el orgullo mediocre les impedía reconocer la personalidad del distinto, Distinto se apellidaba el escritor.

Cuando el escritor fue robado, también se le robó el espíritu y murió a los cinco segundos cuando Jonás y su amigo, El trenzas le enterraron una punta oxidada de grafito con hierro, mientras la más tatuada del mundo, una joven de 16 años le sacaba la libreta con unos poemas con alegorías que no entendían y el bolígrafo con bordados de cobre que pensaron que eran de oro hasta que llegaron al empeño y los detuvieron a todos al salir de él, pues el bolígrafo fue heredado de generación en generación, así como la casa de piedra volcánica y el apellido, y así como los vecinos heredaron las mañas de querer atentar contra esta familia de maldición perenne.

Seis generaciones completas del barrio más rudo, más feroz de aquella zona narró este embrollo pero, nunca, nadie jamás lo supo. Cinco generaciones más disfrutaron este show clasemediero de envidia e ignorancia precoz.

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