viernes, 1 de julio de 2011

Fortuito


Fortuito.
Esta vez no hubo lluvia. ¿Será que por ello todo cambió repentinamente? Me encuentro observando unas tablas mullidas por la humedad capitalina. Vaya suplicio. Pensar que podía estar escuchándote, aunque me obligues hacerme el policía rudo que hace preguntas para sacar información. Y mira que, ya quisieran los policías este “trabajo”. Me parece triste cómo la nada se materializa. El cómo imagino la lluvia cayendo perpendicularmente y envuelve la atmósfera en un grisáceo matiz que destruye todo rastro de ruido. Imagino las luces como bólidos que danzan entre los rieles de alguna sub estación del tren eléctrico. Sigue lloviendo, imagino que sigue lloviendo, no escapo a la lluvia cuando abro los ojos y me encuentro en un vagón del metro. Al abrirlos me percato que estás en otro vagón, en contraflujo. Sólo es cuestión de bajarse y encontrarnos a la salida de la estación entre la multitud pisándonos los talones. Trago saliva y me sabe a vino en una noche lluviosa con las goteras cayéndome en la cara, haciéndola pedazos. Las tablas, ¿qué tienen estas tablas que me observan y parecen arrancarme las entrañas? Hay un vacío dentro de mí, el vacío de unas tablas que parecen moverse mientras te imagino con tu saco negro envolviéndome el dorso, tus brazos no están fríos, aunque lo digas, son cálidos y amenos como una melodía de jazz compuesta por Louis Armstrong y Ella Fritzgerald. Fue buena idea bajarnos en la estación correspondiente. Tiemblo, estoy temblando. ¿Qué eres? ¿Quién eres? Agotaré todas las preguntas que ha hecho el mundo para averiguarlo. Aunque las tablas me devoren y no te haya visto esta tarde.

J.

1/Jul/11

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