miércoles, 28 de diciembre de 2011

Somos lacras


Siempre me pregunté qué había del otro lado de la Calle Tucán. De allí provenían los ruidos indomeñables que me rondaban en la cabeza. ¿Qué son? ¿Qué serán? ¿Acaso hay algo del otro lado de esa puerta de fierro?
-Somos lacras.
Pienso en algo bueno. ¿Pero qué es bueno? Y, ¿por qué me sale a contraluz aquélla palabra al leer esa frase en la pared grisácea atrás del portón de fierro al otro lado de la Calle Tucán?
-Somos lacras.
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Dos días después, la muchacha que lava baja. Me ve observando de nuevo aquella frase. Rosa, ven, le digo. ¿Qué dice allá?
-Somos lacras
-¿Por qué crees que diga eso? ¿Tú sabes?
-No, no sé. Quizá es una señal.
Una señal, bonita palabra, señal. Menos abstracta que bueno. ¿Por qué asociamos todo con lo bueno y lo malo? No lo sé, quizá lo aprendemos cuando aprendemos a discriminar sumando y dividiendo.
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-Rápido, rápido. Luces, fogones incesantes luces. Pásame ésa chingadera, pásamela, te digo. Coño, qué diantres, que me la pases con una chingadera. ¿Qué no me escuchas pinche puta de mierda? Te estoy hablando caradeverga. ¡Qué me la pases!
Un cuerpo inmóvil. Estático. Las estrellas parecen moverse más rápido si miras el cuerpo inmóvil. Lo miras, se desgarra ante tus ojos.
-Pásame, te lo digo, necesito de esa madre.
El cuerpo sigue inmóvil, quieto, inamovible. Sale un charco rojizo de su brazo. Su antebrazo parece un juego de venas salidas. Una mezcla confusa de sangre seca y olvido.
-¿No me la vas a pasar, puta? Te estoy hablando puta.
El cuerpo que habla se dirige hacia el cuerpo callado, intacto. Al voltearle la cara y observar esos ojos aperlados que sólo la muerte regala, se echa para atrás de un salto inesperado.
Afuera el cielo se vuelve diáfano y el cuerpo que habla se pone a llorar.
-¿Por qué te tuviste que morir, mi puta? ¿Por qué? Despierta.
La jeringa en la mesa, la heroína, la droga, la maldita droga observan la escena y quisieran llorar, pero no pueden. Son católicas, y los católicos no lloran, rezan el mundo como si se inventara en cada Padre Nuestro.
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Fiestas, luces amarillas, verdosas, azules. Se mezclan y se expanden. Enfrente una caseta de policía. Se mira quebrada entre el aire del portón de fierro.
Alejandra. Su brazo roza lentamente el material metálico del portón. Escobar, su marido, le da una nalgada.
-Mi amor, hoy lo haremos con el gis. Hoy sentirás lo que es que te dibuje el mundo entre tus asentadores. Verás como sucumbes. Serás un pizarrón de esos donde uno pasa el gis con frenesí para hacerlo chillar. Tus nalgas serán mi pizarrón.
-Estoy volando, estoy volando entre tus dedos magisteriales. Hazme tuya. Tuya. No, espera, ya soy tuya, penétrame, hazme sudar como a las estrellas. De ti me enamoré por tus ojos que sudan las estrellas. Las estrellas te envidian, las enloqueces. Enloqueces mi vida y la de mi vientre. Me haces vibrar la vulva cada vez que me acaricias con tu lengua. Hazlo, dibújame el universo con la tiza de tus labios. Hazlo.
-Somos lacras. Somos lacras en éste vecindario, lo fuimos en París, lo fuimos en todos lados, lo somos ahora.
-Dibújalo, utiliza el gis y dibújalo. Haz que el mundo recuerde nuestro encuentro, nuestra sed de devorarnos el pavimento.
La tiza dibujó la frase que cimbró la duda. Somos lacras.
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-¿Qué pasa aquí? Es de noche, parecen que los perros hablan ésta noche. ¿Por qué hablan los perros? ¿Acaso se cansaron de ladrar?
El muchacho baja las escaleras. Toma la calle hasta la esquina, dobla en U. Se para de frente al portón. Un portón dubitativo, desdeñable, en el que cualquiera quisiera aventarle una piedra, o mejor aún, darle un golpe.
-Somos lacras, ¡qué frase tan extraña!
Los grillos rompían el silencio. El muchacho pensó oler algo bueno.
-Así que esto era lo bueno que tanto piensa uno cuando no sabe donde se encuentra parado mientras las estrellas lo miran a uno preguntarse estas cosas.
El muchacho decidió partir del lugar.
-Hoy es de esos días donde los perros parecen hablar –se dijo.
El muchacho volteó. Pensó haber escuchado un suspiro.

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