jueves, 4 de agosto de 2011

Perillas

Viñetas inconclusas.



Perillas.
Lluvia cae y se dispersa. Encerrado en tu habitación escuchas que se destruye y expande entre las fauces de la nada. La nada es aquello que abunda en todo y a la vez en nada. ¿Pero qué es la nada? La nada es lo que cae y se rompe, ese resquebrajamiento del universo, que lanza sus tripas por algún abrevadero estelar. Los barandales fríos afuera combinan con el azul de la pintura de una pared derruida, quieres tocarlos pero estás encerrado con llave. A través de la ventana, se depositan algunas gotas sobre el barandal. Quieres tocarlo, pero no puedes, ríes y te echas a llorar. Jalas con fuerza la perilla. Imposible. Tus manos repletas de sangre. Tus pupilas se dilatan al percatarte de ello. Das vueltas en círculos, te llevas las manos a la boca, al pelo, te los jalas e imaginas arrancártelos. Sigues caminando, nunca has dejado de ver el piso. Alzas la cara, todo es un desorden. Como el universo, sí, un universo de tiliches que no se distinguen y pierden su forma cuando los alcanzas con la vista. Tu vista se nubla, empiezan arderte las córneas, empieza a oscurecerse todo. Tus manos sientes que se quiebran y queman en ácido. Tu pelo, empieza a pulverizarse. Quieres salir, pero está cerrado con llave. Tratas de abrir otra vez, irte, tocar esos barandales, los fríos barandales de acero, donde la lluvia cae y se dispersa. Vuelves la mirada. La televisión, prendida en una armonía de colores. No hay imágenes, de repente, se pone gris, no tiene señal. Volteas, volteas y no hay nada, sólo el desorden de abstracciones llamadas cosas. Empiezas a percibir el olor de la sangre. Intentas irte por tercera vez, no puedes.
Un cuerpo, hay un cuerpo destazado. Las extremidades apartadas del torso, y la sangre seca mezclada con el olor de la vieja habitación. Te ríes, gritas, te pegas la cabeza contra la pared tres veces hasta desmayarte.
Te levantas, frotas el derredor de los ojos con tus pequeños dedos. Están fríos. Volteas rápidamente. Sigue lloviendo. Te levantas, y observas el barandal gélido con residuos de sangre seca.
Tiras una carcajada con la lluvia de fondo. Te ríes del barandal frío, de tu estupidez al pegarte. Abres la puerta de la habitación. Hay una luz prendida en el baño. Avanzas hacia esa puerta. Todo está en orden. Retrocedes un poco, se te olvidó algo. Vas de nuevo hacia la puerta de entrada. Tratas de abrir la perilla, pero no puedes, es imposible. Te quedas contemplando la lluvia a través de la ventana, escuchando como se va rompiendo el pinche universo.

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